Alguna vez Mahatma Gandhi escribió: “Cuando existe un dolor que no podemos eliminar, debemos ayunar”.
Cuando los animales están heridos o enfermos no comen. Cuando un niño tiene fiebre o se siente mal, tampoco. Es un ayuno instintivo, donde el cuerpo al no tener que ocuparse de las funciones digestivas puede concentrar las energías para sanarse y purificarse.
Los fanáticos del ayuno como terapia creen que el ser humano ha perdido esa sabiduría instintiva que le dice que no coma cuando no se siente bien. Si a eso le sumamos la vorágine cotidiana, los tentadores manjares que acechan al paladar, el sedentarismo, el estrés y una ingesta de calidad y cantidad poco adecuadas, nos encontramos con un cuerpo cansado.
El estómago, los intestinos, el hígado y el páncreas no tienen tregua y van acumulando reservas que no necesitan. No es de extrañar el gran número de enfermedades digestivas que, de un modo u otro resultan del agotamiento, del trabajo incesante que impide eliminar las toxinas acumuladas día a día. Privarse del alimento y pasar hambre porque sí, parece una locura, un acto antinatural, hasta masoquista quizás. Sin embargo, es algo que ha hecho en ciertas circunstancias toda la humanidad.
Los cristianos durante la Cuaresma, los judíos en el Día del Perdón, los hinduístas en el Ekadashi así como todos los pueblos islámicos, griegos, persas, espartanos, egipcios y aztecas. Actualmente esta práctica va más allá de la tradición: diversos experimentos sugieren que el ayuno en personas sanas y bien controlado —y que no buscan precisamente adelgazar— puede ser muy beneficioso. Y podría ser un aliado magnífico contra el Mal de Amores.
Extraído de http://tengomaldeamores.blogspot.com/2007/10/ayunar-para-curarse.html
Sirva decir que estaré deprimida, triste, abatida, dolorida, decepcionada, confusa, luchadora, pesada, sin orgullo, pero con 5 kilos menos. ¡Y estoy de lo más guapa! Es lo único que me alegra en el día, ver como me van sobrando los pantalones, ¡por fín!
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